El dilema ontológico de un autor es reducible al gobierno de su lengua. Todo lo que es, queda escrito. El valor absoluto de la palabra. La teocracia y la servidumbre del verbo.
“Silence to silence”, es el título del último programa homenaje de la B.B.C. a los 80 años de Samuel Beckett. Todo lo que él es ha quedado escrito, está escrito. Del silencio al silencio.
En 1961 Tom Driver citó en un fórum de la Universidad de Columbia unas palabras de Beckett: “The only chance of renovation is to open our eyes and see the mess”. “La única oportunidad de renovarse, es abrir los ojos, nuestros ojos y ver el desorden”.
El dilema de un traductor es ver el desorden, el dilema de un traductor de Beckett es renovarse para seguir viendo el desorden.
¿Cuánta poesía en metros cuadrados tiene Beckett en su obra escrita? ¿Cuánta fragilidad ha expuesto? ¿Cuantos espectadores han tocado el borde sagrado del silencio, oyendo hablar a Vladimir y a Estragón? ¿Cuántos hombres y mujeres a lo largo de todo el siglo XX han mirado el desorden para renovarse?
Morir es un lujo. Nadie que habla muere en el universo de expresar lo inexpresable y nombrar al que no tiene nombre. Jehová de toda la cultura de Occidente. El gobierno de dos lenguas. El valor traductor para aferrarse a su humanidad y desvelar a palmos cuadrados el universo poético, el universo literario, el universo de Beckett. Trucos de autor contra el que apenas nada puede el traductor, que mira el desorden y piensa en la suprema soledad de un viaje.
Aquí a media voz y entre nosotros, la valentía de dos instituciones: la Sala Beckett y el Instituto del Teatro con sus hombres, coherentes en su fragilidad y enamorados en su ser vernáculo, aceptan mirar al desorden. Con esta inspiración manejan los secretos hilos de la profesionalidad, la arrogancia, la locura, o la humildad de un equipo de traductores y asesores y les persuaden con el proyecto de traducir la obra teatral completa de Samuel Beckett al catalán, dentro de un espacio de dos años y partiendo de las lenguas en que fueron escritas originalmente las obras: inglés o francés.
Les dicen que el lenguaje consistirá en una cantimplora de criterios generales, con la que habrán de cruzar la frontera de las dos lenguas constantemente. Viajarán solos y se verán en ciertas encrucijadas para componer el mapa. Se les da total libertad para escoger el mejor camino. Los hombres de esta expedición saben del honor y el desánimo, saben del cansancio y el placer desnudo de un amanecer oyendo que han vencido al Isaac de la palabra. Quizá no es un reto, no, solo un reto, quizás un solo esfuerzo, quizás el último, pero el último no, porque no hay último, no, ahora no y así tratar de gobernar en catalán al autor que ha peinado todos los caminos del pensamiento contemporáneo.
Los dilemas del gobierno de una lengua se convertirán en tres porqué Beckett escribe, piensa y expresa su ser y al silencio en dos lenguas, aunque ellos deberán hacerlo en tres. Los traductores saben de compañeros de verbo que hablan y gesticulan palabras de ánimo, saben que la noticia debe alegrar a los que tendrán al final de este viaje el placer y la crónica en catalán de un dramaturgo, que él solo ha convertido el desorden en que vivíamos, en un camino más allá del absurdo.