Nuevamente, un lugar de identidad incierta, una «zona indefinida que nadie reivindica como propia», un territorio fronterizo, en fin. Porque la SALA BECKETT no quiere ser ni un coto cerrado, cubículo particular de un grupo o capilla, ni una plaza pública, lugar de todo y para todos. Ni, catacumba ni feria.
Sede de un equipo teatral, sí, pero no plataforma de una compañía. Base estable para un concreto proyecto estético que por fin se asienta, tras doce años de nomadismo y precariedad, pero asimismo receptáculo de trabajos ajenos, de propuestas afines o distintas, sólo comunes en la actitud de búsqueda. Propiedad y alteridad.
Tampoco quiere ser escuela, colegio ni academia, pero sí fomentar el estudio, la reflexión, el aprendizaje. Refugio del saber que duda y se cuestiona. Del pensamiento que circula y crece, que acompaña a la acción, la impulsa y la retiene. Obrador para eternos aprendices.
A medias local público y recinto privado. Ágora y remanso. Lugar donde se muestra, lugar donde se incuba. Exhibición discreta, flexible, intermitente, regida por el deseo o la necesidad de confrontar un resultado artístico, una provisional etapa del trabajo. No por los imperativos rutinarios del calendario o de la cartelera. Pero, sobre todo, actividad interna, labor a ritmo lento, planes a largo plazo. Vocación de futuro, reclamo del instante.
También quiere ser ocasión de una duplicidad sólo aparentemente inconciliable. Por un lado, la exigencia de ahondar en la especificidad del teatro, de discernir con precisión extrema su estricta geografía, su química profunda y necesaria. Por otro lado -que es tal vez el mismo-, derribarle los muros, abrirle las compuertas, ponerlo a transitar por dominios foráneos. Encrucijada de las artes y -¿por qué no?- de las ciencias, área de mestizaje cultural. Escucha de «otras voces, otros ámbitos». Mismidad, diferencia.
Así, el nombre de Beckett no es invocado en vano. Denota una opción dura, radical, rigurosa por el quehacer artístico menos complaciente, menos condescendiente con las solicitaciones de la industria cultural, con los reclamos del mercado. Su escritura polimorfa -relato, poesía, teatro, radio, cine, televisión…-, su discreta y profunda transgresión de los códigos estéticos -matriz de esclerosis ideológicas-, su intransigente subversión de cualquier certidumbre, su ilimitada apertura intelectual… acotan un territorio ejemplar. No modelo, no pauta normativa, sino figura de una opción posible y deseable.
Ahí está, pues, con su modestia y su desmesura, ese ámbito de identidad incierta, plural, dinámica, que quiere ser, que ya es en parte y será más en breve, un espacio realmente alternativo. Falta saber si habrá quien se atreva a habitarlo. Por el momento es -y no es poco- sólo una sala.