El teatro no va mal del todo. Esa es la opinión de los más pesimistas, ya que los optimistas hasta llegan a concluir que en estos momentos va como casi nunca. Sea como fuere, lo que parece medianamente claro es que cada uno habla de la feria según le va en ella. Y para hablar de cómo les va en esta feria del teatro se reunieron el pasado mes de febrero, en la Sala Beckett, cinco representantes de otras tantas compañías que, no por menos conocidas, constituyen parte esencial de la dramaturgia y el teatro catalanes. La convocatoria respondía a la necesidad de hacer patente los peligros de la actual evolución de la práctica teatral, en la que se ha generalizado el criterio de que la inmediata y favorable acogida mayoritaria del público es la mejor garantía de la validez de un producto teatral, con el consiguiente olvido, cuando no desprecio, de aquellos planteamientos de investigación y su inherente sentido del riesgo, a los que, para entendernos, se convino en llamar, “el otro teatro”.
José Sanchis Sinisterra, por El Teatro Fronterizo, Pep Munné, por el Teatre Urbà de Barcelona, Joan Anguera, por La Gàbia de Vic, Esteve Grasset, de la compañía Arena de Murcia y Andreu Morte, promotor del acto, debatieron y expusieron la problemática de unos grupos que, pese a no contar entre los que comúnmente recogen el apelativo de teatro catalán, son parte indiscutible y necesaria de la dramaturgia catalana.
La toma de contacto no se planteaba como una búsqueda de soluciones, sino como una forma de poner en común la experiencia de cada uno de los grupos, dos de ellos, al menos, de larga y osada trayectoria. Todos los presentes convinieron en que los programadores institucionales son en parte responsables de esa falta de asunción de un teatro cuyos objetivos principales no pasan por la comercialidad o el éxito y cuyo trabajo es ante todo fruto de una preocupación intelectual, conceptual, humana o simplemente dramatúrgica. O para decirlo en las palabras de Sanchis Sinisterra, “un teatro que se hace a través de un proceso de creación independiente de la necesidad de la demanda”. En este sentido, hubo una crítica sostenida a lo largo de todas las intervenciones a la Xarxa de Teatres Públics, cuyos miembros enfrentan la contratación como quien compra en una boutique de lujo para competir en fastuosidad y buen gusto, y que en muchas ocasiones aducen la falta de madurez del público de sus respectivas entidades geográficas, cuando son ellos mismos quienes acostumbran al público a planteamientos dramatúrgicos exentos de cualquier riesgo. En este sentido, Morte indicó que los programadores actuaban frecuentemente con criterios políticos, de forma que antes que el rigor les interesaba la incidencia directa e inmediata en el público. Esto es, la rentabilidad lúdica de su gestión. Sanchis Sinisterra ahondó en esta idea poniendo sobre la mesa el tema del dirigismo y cuestionando si puede llamarse democrática una política cultural que restringe y elimina ofertas y opciones culturales, mientras Joan Anguera subrayó que los programadores no pueden privar al público de conocer y ampliar su conocimiento del teatro.
Anguera fue más lejos incluso, acusando a los programadores de incompetentes y exponiendo la necesidad de remodelar la Xarxa (“Lo malo no es la idea, sino los que están en ella”). Esteve Grasset indicó que el problema no es de las compañías, sino de la gestión por parte de las diversas instituciones vinculadas al mundo cultural.
Los reunidos descartaron rotundamente que sus trabajos tengan carácter minoritario, apoyando sus opiniones en el reconocimiento que el público les ha tributado a lo largo de los años y en el rigor y calidad de las propuestas.
Para todos, el problema de la difusión y distribución está también ligado a las escasas posibilidades de realizar campañas publicitarias enormemente costosas, pero que son cada vez más imprescindibles, sobre todo en la presentación de los espectáculos en Barcelona.
Aunque sobre la mesa planeó la eventualidad de una mayor colaboración entre estas compañías a nivel de difusión y publicidad, cualquier decisión al respecto se aplazó para futuras reuniones, a la espera de un mayor conocimiento mutuo entre los grupos reunidos y otros que no pudieron asistir al acto, aunque habían sido convocados.